Al final parece que la economía española se está estabilizando, que ya no va a caer más y que dejaremos de perder capacidad productiva. Después de siete trimestres consecutivos y de 6 años de crisis profunda, los indicadores empiezan a mostrar que hasta aquí hemos caído. Es una excelente noticia, sin duda, pero está llena de sombras.
La primera de ellas (y la más evidente) son los 6 millones de personas que están en el desempleo. De ellos, los 4 millones que han perdido su trabajo en los últimos 6 años y sobre los que nadie parece estar preocupado. En particular, los 1,5 millones de parados de larga duración y edad superior a los 45 años. Será difícil que vuelvan al mercado regulado de trabajo y tengan que conformarse con mantenerse en la economía sumergida, el subempleo y la vida subvencionada. Perderemos ese talento, la experiencia y el conocimiento que han acumulado a lo largo de sus vidas.
Preocupan extraordinariamente los jóvenes sin empleo, sobre los que se ha puesto en marcha un plan, que empieza en el año 2014, dotado con 1.800 millones de euros. Debemos centrarnos en reducir también esta cifra que amenaza el capital humano atesorado en su etapa de formación y que parece vamos a perder (vía la emigración a países donde se valoran sus conocimientos) y, en aquellos casos en que abandonaron la educación por un trabajo fácil y bien remunerado, habrá que apostar fuerte en el reciclaje de sus conocimientos. La labor es titánica y parece insuficiente la dotación presupuestaria asignada por la Unión Europea.
Inquieta las casi 2 millones de empresas (pequeñas y autónomos) que han desaparecido en este periodo. Será difícil que ninguna ley o ventaja fiscal, recupere el agujero que se ha producido en el tejido productivo. Por bienintencionada que sea la ley, la empresa necesita algo más que rebajas de costes para ponerse en marcha.
Descorazona la desaparición de una treintena de bancos de la economía española. Es cierto que el sector estaba sobredimensionado, pero la concentración del mercado que se ha producido (y la que, probablemente, se va a producir en los próximos meses) puede terminar siendo muy costoso a las PYMES españolas en relación con sus homólogas en el resto de Europa. Los elevados costes de financiación que sufren nuestras empresas (si consiguen tener acceso al crédito) están relacionados con nuestra prima de riesgo, es indudable, pero también con la cada vez más escasa competencia en el mercado financiero español. De momento, sólo podrá cubrirse con entidades extranjeras que quieran instalarse aquí, de ahí la importancia de la unión bancaria que se quiere potenciar.
Y, finalmente, asusta el futuro al que nos enfrentaremos con una política cortoplacista que ha desdeñado al I+D+i para centrarse en la coyuntura más cercana. Cuando estabilicemos nuestros desequilibrio y creamos tener un futuro por delante, nos encontraremos con un déficit de I+D+i que ya no podremos cubrir. Y habremos perdido ingresos que pudieran derivarse del conocimiento abandonado, de forma que las patentes serán de otros y los royalties, obviamente, también. Este retraso tecnológico será una gran losa que nos pesará en los siguientes cincuenta años a no ser que alguien se ponga ya a recuperar parte del camino perdido. Y digo recuperar conscientemente de que lo que se necesita es dotar los proyectos abandonados como si no hubieran sufrido los recortes y continuaran en su misma línea, pero 5 o 6 años después, acumulando las cantidades que deberían haberse aportado desde ese instante. No se recuperará el terreno perdido, pero el estado del conocimiento actual permitirá avanzar en nuevas líneas y plantear un futuro para dentro de diez años. Porque podemos parar todo, menos el tiempo.
La economía se estabiliza. Es un hecho importante. Pero hay que ver en qué centramos la recuperación para empezar a apuntalarla.
En primer lugar, el consumo. Parece que no será un motor de la recuperación. Continuaremos con un nivel de apalancamiento muy elevado y una tasa de ahorro excesivamente baja. Todo ello unido a una renta individual cayendo como consecuencia de la política de deflación interna que nos han obligado a poner en marcha y un mercado del crédito paralizado por la situación de nuestro sistema financiero. Es decir, no podemos esperar que el consumo crezca mucho en los próximos años. Y sin consumo, no habrá un punto de apoyo de todo lo demás.
El gasto público parece condenado de por vida a mantener niveles cada vez más pequeños, dado el altísimo nivel de deuda pública que tendremos en un futuro más o menos cercano (se alcanzará más pronto que tarde el nivel del 100% del PIB). Por lo tanto, difícilmente el estado podrá convertirse en motor de nada, eso si, con un déficit público que podemos denominar ‘cosmético’: bajo pero positivo.
Con respecto a la inversión, con el panorama que se prevé en la economía, tampoco parece que sea una palanca para la recuperación en el futuro cercano. Es de esperar que crezca, si, pero a niveles próximos a la inflación, es decir, estancamiento total.
Nos quedaría el sector exterior, que puede ser el único motor de la economía. Pero con el panorama de las economías emergentes en la actualidad (con datos preocupantes en China y Brasil) y el de las economías desarrolladas, paralizadas por su alto endeudamiento, será difícil que el comercio internacional se incremente y, en consecuencia, sólo podremos ganar mercado si vamos compitiendo con otros países. Y la actuación del BCE no es garantía de ganancia de competitividad a medio plazo.
Con este panorama. Parece evidente que, o cambian las cosas o nuestra economía se enfrenta a años de estancamiento y, en consecuencia, a mantener desequilibrios preocupantes durante un largo periodo de tiempo. Espero confundirme.
@juanignaciodeju