Toda esta ‘crisis-cosa’, todas las tertulias de economistas trasnochados que retransmiten sus mítines personales en nuestros televisores, todos los debates internos que ahora mismo asolan a políticos y economistas y cuantos etcéteras relacionados puedan ocurrírsete, todo, se reduce prácticamente a una pregunta: ¿Por qué invertimos/consumimos o dejamos de hacerlo?
¿A qué esperan los agentes para volver a gastarse su dinero en lugar de tratar de obtener un ahorro estéril?
No es una pregunta nueva. Se trata de la misma maldita pregunta que un día se hiciera Keynes -y de la que naciera su Teoría General que aún sigue debatiéndose hoy, tres cuartos de siglo más tarde -para afrontar una recesión. Su respuesta, curiosamente, es difícil de encontrar en los libros de texto que se supone que intentan explicar su modelo.
Veamos: Invertir no es algo fácil, por mucha liquidez e información de que dispongas. Enormes empresas, publicidad por doquier, concienzudos estudios de mercado, y aun así el 80% de los productos que salen al mercado fracasan en sus primeros meses de vida. Algunas personas han ganado muchísimo dinero invirtiendo, y otras lo han perdido todo. No sé cuántas de ellas se lo atribuirán a la suerte o dejarán de hacerlo, pero es un hecho que a la hora de invertir la incertidumbre es inmensa dominante del proceso.
“La base de nuestros conocimientos para evaluar el rendimiento durante los próximos diez años de una línea de ferrocarril, una mina de cobre, una fábrica textil, los cánones de una patente médica, un transatlántico o un edificio de la ciudad de Londres, es bien poca y a veces incluso nula.”
John Maynard Keynes
‘Sí, pero, ey, ¡tampoco pasa nada!’ dice el hombre ante este hándicap, ‘eso es lo mismo que me pasa con prácticamente todo lo que hago, estoy acostumbrado a la incertidumbre, si tuviera que esperar a conocer las consecuencias de un acto para actuar... ¡no actuaría nunca! ¡Sería una seta!’.
Efectivamente, hace mucho tiempo que conocemos la futilidad de considerar enteramente racional el comportamiento del ser humano. Las intuiciones, estados anímicos, impulsos quizás provocados por una mala noche o una dosis inusual de endorfinas también toman su parte, dando lugar a fenómenos tan abstractos como puede ser ‘la confianza’. Fenómenos que campan a sus anchas cuando nuestra lógica se muestra incapaz de respondernos.
El hada de la confianza existe, y es malvada
Encontrándose ante esto, Keynes definió en lo que él llamaría ‘el toro y el oso’ el comportamiento humano como volátil y amigo de los excesos. Según el economista, cuando la economía crece la confianza del ser humano se dispara -el toro -, produciendo una puja por invertir que a todo el mundo le encanta (empezando por los gobiernos, dispuestos a imprimir dinero para que la fiesta no termine) y viceversa: cuando la percepción de la incertidumbre cambia de signo la mayor parte de la inversión desaparece, sin importar hasta qué punto esté comprometida su rentabilidad desde el limitado análisis racional. Las consecuencias, bueno, ya las conocemos de sobra:
-¡Eh! ¡Que aun en el peor de los escenarios el 75% de la población que quiera trabajar seguirá pudiendo hacerlo!
-¡Que te calles! ¡Dame mi dinero! ¡Quiero tener recursos suficientes para poder hibernar durante un lustro!
Desde que dicha teoría se definiera, algunos economistas han tratado de estudiarla mediante ‘indicadores de confianza’ para conocer su correlación con la evolución económica. ¿Su conclusión? La confianza cumple, de hecho, un papel determinante, pero lo hace especialmente cuando menos nos conviene que lo haga. De algún modo, resultamos ser más ‘osos’ que ‘toros’.
[...] es difícil medir los efectos de la confianza en la renta porque consideramos que en ciertos momentos influye más que en otros. Creemos que la relación entre los cambios de la confianza y los cambios de la renta es particularmente amplia y decisiva cuando las economías van a experimentar una caída, y que no es tan importante en otros momentos.
George Akerlof y Shiller Robert en Animal Spirits
En consecuencia, esperar que un par de ‘brotes verdes’ y algún discurso carismático de Obama (o de Raj... bueno, no he dicho nada) pongan a los agentes a mover su dinero podría ser un poco ingenuo por nuestra parte. Sin embargo, cada paso en la dirección inadecuada sí que sería determinante. En España, por cierto, hemos dado unos cuantos.
Así, cuando los políticos viven la crisis prácticamente como si tratara de una ‘patata caliente a la inversa’ en la que a alguno le ‘tocará’ la recuperación por una ‘recuperación mágica de la confianza’ (que, coincido con muchos, era lo que esperaba y aún espera que suceda el Partido Popular con el cambio de Gobierno) se respaldan en un análisis tan irracional como el comportamiento que nos ha llevado hasta aquí. Según los datos, de ésta sólo se sale dando a los individuos lo que no necesitaban cuando la economía crecía: Fiabilidad, certeza, seguridad. Algo que, según Keynes, sólo puede hacerse mediante un esfuerzo conjunto y planificado de la sociedad, y que según sus opositores simplemente no se puede dar desde una actuación centralizada.
Y en esas estamos, quizás aprendiendo del presente, quizás ni eso. En fin, veremos qué pasa.
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