Siguiendo la línea de esta interesante entrada que Miguel Puente Ajovin publicó hace unos meses sobre la correlación que existe (o puede existir) entre desigualdad y crecimiento, veo oportuno abordar la cuestión sobre si la equidad contribuye a mitigar las fluctuaciones económicas y, por tanto, si ésta favorece a la estabilidad macroeconómica.
En el
artículo mencionado se pone de manifiesto, y se establecen las puntualizaciones
necesarias, la relación que existe entre crecimiento
económico y desigualdad. De forma
que el crecimiento económico es un componente imprescindible para lograr
reducir la desigualdad tanto dentro de los diversos países como entre ellos. Esta
afirmación es claramente obvia, pues si no aumenta el tamaño de la “tarta”
hacer un reparto más o menos equitativo plantea destacables dificultades, y está
bastante consensuada. Sin embargo, no tiene porqué existir esta relación
directa de modo que la desigualdad se reduzca a medida que aumenta el output de
un país, pues ésta dependerá de diferentes factores como el sistema fiscal del
país, la estructura del gasto público, etc. Así, parece claro que el mejor
punto de partida para reducir la desigualdad es aumentar el tamaño de la tarta.
Ahora bien,
habrá muchas personas que se preguntarán ¿por qué tengo que compartir lo que he
ganado con mi esfuerzo? ¿Por qué debo “mantener” a otras personas? Estas
preguntas pueden encontrar respuesta a través de razonamientos morales alegando
motivos de justicia u otro tipo de comprensión filosófica. Sin embargo, como
reflejo en mi artículo
sobre la libertad, la opinión de cada uno no tiene que coincidir con la del
resto y mucho menos ser la verdad absoluta. Llegar a un consenso, a través del
debate sobre qué es justo o qué no, es muy complicado por no decir imposible,
pues ¿qué significa "que es lo más justo”?
Las respuestas que cada individuo puede dar a esta simple pregunta pueden ser
muy diferentes y, en algún caso, hasta controvertidas. De esta forma, a pesar
de que muchos individuos puedan estar plenamente convencidos de que es
necesario que las sociedades sean más equitativas por una simple razón de justicia social, creo necesario buscar
argumentos ajenos a la filosofía que favorezcan a convencer (o al menos comprender) que la equidad es un factor clave por motivos de estabilidad
y eficiencia, más allá de la justicia social.
Muchos
autores han vuelto a poner encima de la mesa los problemas derivados de la
desigualdad, entre los que destaco tanto a Joseph
Stiglitz como a Raghuram
Rajan. Ambos autores, aunque no son los únicos, advierten de la necesidad
de sociedades más equitativas para poder hacer sostenible el crecimiento
económico y contribuir a la estabilidad macroeconómica. En Estados Unidos, por
ejemplo, la concentración creciente de la renta en el grupo de individuos que
más tiene contribuyó al diseño de políticas que fomentaron el consumo a través
del endeudamiento de modo que los más ricos financiaron el consumo de los
grupos de ingresos medios y bajos. De esta forma las autoridades hicieron creer
que lo único importante era el consumo y no la renta. Este consumo sistemático
financiado con deuda se rompió una vez estalló la crisis financiera mundial, de
modo que el crédito se “secó” dejando a muchas familias endeudadas y
debilitando la demanda interna.
Es necesario
tener en cuenta que los hogares de ingresos medios y bajos destinan una
proporción de su renta a consumir mucho mayor que los hogares de ingresos altos,
de modo que una vez finalizado el ciclo de crédito
barato y con los ingresos de los hogares “consumistas” estancados, la
demanda efectiva será insuficiente, lo que supondrá un shock negativo sobre la producción y el empleo. Considerando, además,
que el consumo en los países más desarrollados representa alrededor de 2/3 de
la producción total parece que se puede empezar a vislumbrar la necesidad de
una distribución más equitativa del ingreso puesto que sólo el consumo de
bienes de lujo no estimulará la demanda interna. Rajan argumenta en este artículo
de Project-Syndicate como la desigualdad está afectando de forma negativa al
crecimiento, el cual como ya mencionamos es un factor imprescindible para
reducir la desigualdad. Por tanto, la relación crecimiento-desigualdad existe en ambos sentidos: sin crecimiento
es complicado reducir la desigualdad, pero la desigualdad afecta negativamente
al crecimiento.
Todo esto no
quiere decir que la sociedad deba ser plenamente equitativa, pues eso supondría
suprimir cualquier tipo de incentivo al esfuerzo para innovar, para invertir,
en definitiva, para enriquecerse. Sin embargo, es necesario tener en cuenta
como elevados niveles de desigualdad pueden tener efectos negativos y
amplificar la gravedad de las crisis económicas, como se analiza aquí y aquí. Por tanto,
habiendo considerado cómo elevados niveles de desigualdad de renta afectan
negativamente a la estabilidad macroeconómica es necesario plantearnos cómo se
puede solucionar esta clase de desequilibrio. Habrá argumentos de diferente
tipo; a favor de sistemas fiscales más progresivos (la mayoría de los “ricos”
no lo serían sin clases medias y bajas que consumieran sus productos o
servicios), mayor gasto público que garantice la igualdad de resultados, o
cualquier otra clase de razonamiento que se os pueda ocurrir.
Con todo esto,
en mi opinión, veo necesario modernizar los sistemas fiscales de modo que sean realmente
progresivos, mejorar la eficiencia del gasto público de modo que se garantice
la igualdad de oportunidades incentivando el esfuerzo y sacrificio ─“quien algo quiere, algo le cuesta”─, y
trabajar en el desarrollo de instituciones
inclusivas de calidad que inciten a vivir como una sociedad,
no simplemente como un conjunto de individuos aislados; de forma que estos factores contribuyan a que los niveles de desigualdad no generen problemas macroeconómicos ni los amplifiquen.
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