18 oct 2012

¿Es nuestra democracia el mejor sistema de gobierno posible?


En los últimos días, todos hemos sido testigos de una vorágine informativa relacionada con los acontecimientos de la ya para siempre recordada última semana de Septiembre. Ahora bien, si estáis aquí porque habéis interpretado por el título que el artículo sería una crítica a la clase política y un grito de aliento a las masas enfurecidas, os recomiendo que no sigáis leyendo. Ni soy un buen redactor, ni os va a gustar lo que tengo que decir.

Democracia. ¿Cuándo llegó a nosotros? ¿Quién tuvo que luchar por ella? ¿Cuántas vidas se perdieron en dicha batalla? Son preguntas muy importantes a priori, pero de escaso valor para lo que quiero contar. No es este un artículo que quiera obviar todo el camino andado por la humanidad en el campo de la política, ni menospreciar el valor histórico que la democracia ha tenido frente a otros sistemas de gobierno ni, muchísimo menos, enumerar todas los sistemas, democráticos o no, mejores que nuestra democracia actual. La wikipedia os será de más ayuda que yo, con cuadros tan interesantes como este:




Índice de democracia para 2010, elaborado por The Economist, de 0 (rojo oscuro) a 10 (verde oscuro)



En base a ese cuadro, podemos presumir de tener un nivel de democracia que se encuentra entre los más altos, comparable al de EEUU o Reino Unido, y superior al de nuestros socios Francia e Italia, lo cual puede resultar chocante, a tenor de las reivindicaciones más oídas en las últimas manifestaciones. Así que me tomaré la licencia de presuponer que nuestro sistema democrático responde a una idea común de democracia indirecta, con varios puntos en común con la generalidad del resto de democracias. Es decir, tenemos un sistema democrático “perfecto”. Veamos ahora qué falla.

El punto principal sobre el que orbita mucha teoría económica es la información perfecta de los agentes que participan en la economía. Sin embargo, es fácil demostrar que la sociedad no dispone de la información apropiada sobre las elecciones posibles en las votaciones. Basta con recordar los constantes cambios que los gobiernos realizan sobre los programas electorales que, en principio, les han dado la victoria. Y no necesariamente de forma maliciosa, sino por diferentes coyunturas políticas o económicas difícilmente predecibles. De esta forma, no parece que un votante instruido y dispuesto pueda llegar a reflejar correctamente sus preferencias en las urnas. Pero detengámonos también en esto último.

¿Cómo medir la disposición de un votante a ejercer su derecho? Podemos recurrir a una simple ecuación que represente el beneficio de hacerlo (Bfo) en comparación con el de su coste (C) y las ganancias potenciales (v como probabilidad de que salga un determinado partido, X como el valor o utilidad asociado a ello):

Bfo = vX – C

Suponiendo que todos los votantes afronten el mismo coste de adquirir la información necesaria, los conocimientos necesarios para procesarla y otra serie de vicisitudes, el valor de dicho Bfo vendría dado por vX. Respecto a X, si hemos asumido que todos los votantes soportan el mismo coste, también hay que trabajar con que conocen perfectamente a todos los partidos. Sin embargo, no todos tendrán la misma opinión de ellos. Así, alguien más afín a las políticas del partido Z valorará más que llegue al gobierno que otro votante no tan identificado con él (retomaremos este punto más adelante), cuyo beneficio de votar será sensiblemente menor. Pero más importante es el valor que adopte v, resultado de una compleja relación entre el valor de un voto, tendiente a cero, y los votos del resto de la gente, desconocidos. Aún en el caso más sencillo, con dos partidos políticos, ese desconocimiento nos haría suponer que la probabilidad sería del 50%, reduciendo a la mitad el valor de que nuestro partido afín llegue al gobierno. Y eso, repito, en el mejor de los casos, que sin embargo no dista mucho de la situación real que se da en democracias tendentes al bipartidismo.

Pero quizás estamos suponiendo muchas cosas. ¿Votantes instruidos? No es cuestión de llamar ignorantes a los ciudadanos, pero de la misma forma que para correr hay primero que caminar, para comprender políticas relacionadas con la educación, la economía o la agricultura, hay que estar familiarizados previamente con esos campos, para entender tanto lo que se propone como lo que se espera conseguir con ello. Porque no es el mismo problema de información imperfecta que se ha comentado párrafos atrás, sino la incapacidad para procesarla correctamente.

Sin embargo, ante todo se suele defender la democracia como la forma superior de gobierno por algo tan sencillo como que, si la gente vota conforme a sus preferencias, el resultado será la agregación de ellas y, por ende, lo que la sociedad en conjunto quiere (no me atrevo a usar el término elección eficiente). ¿Se puede desmontar este punto también? Obviamente sí, sin tener que recurrir a lo que actualmente ocurre. Supongamos que cada uno es de su padre y de su madre. Vale, no es un concepto teórico muy formal, pero es la forma más sencilla de ilustrar la heterogeneidad en el pensamiento. Hagamos un pequeño juego en el que cada persona aporta su voto mediante un número del 1 al 10, que anota en un papel y deposita en una urna. Tal y como he mencionado al principio, la agregación de estos números sería el resultado de la votación. Sin embargo, supongamos que dicha votación se realiza mediante un alzamiento de carteles, disponiendo cada votante de diez números. Parece lo mismo, pero no lo es: de infinitas posibilidades en el voto, hemos visto como solamente tenemos diez opciones.

Diez partidos políticos, en definitiva. Aquellos cuyo voto hubiese sido 6'9 o 7'1 pueden tenerlo claro, pero... ¿qué ocurre con los que preferían 6'5? Así, el resultado de la agregación de votos puede diferir, ante la imposibilidad de la existencia de infinitos partidos. ¿O no es una imposibilidad? Por lo de pronto, dicha situación requeriría de pactos entre partidos, o de lo contrario ninguno llegaría a hacerse con el gobierno. Pero al mismo tiempo, esa limitación nos devuelve al problema inicial. O incluso más allá, si nos mojamos el pie tan sólo un poquito en la vasta marea política. ¿Cómo nacen los pactos de gobierno?

Existe un concepto, llamado log-rolling, que hace mención a la acción de dos personas, en la que cada una de ellas vota favorablemente la petición de la otra, con el fin de que ambas propuestas salgan aceptadas. En el marco político en el que tan sólo un partido gobierna, dicho partido tiene que buscar alternativas factibles para ganarse ese poder, y una forma común de negociar es con partidas presupuestarias. Sin mencionar ningún caso concreto, ¿existe eficiencia en el reparto de inversiones no por la productividad asociada, sino por un “juego de tronos”? Podemos descartar la equidad también, ya que partidos minoritarios cuyos votos no sean necesarios verán una “cesta de favores” que desean y a la cual no tienen acceso. Y sin equidad, tampoco hay lugar, dentro del marco teórico, para la justicia, al no darse simultáneamente la eficiencia y la equidad. Pero sobre la elección social, nada mejor que Arrow y su Teorema de la Imposibilidad, según la cual no existe ninguna regla de decisión social capaz de satisfacer simultáneamente cuatro condiciones racionales y necesarias: dominio universal (la regla debe abarcar cualquier configuración de preferencias), principio de Pareto, no existir un agente decisivo y que la elección dependa únicamente de nuestra decisión sobre las alternativas relevantes. Es decir, ante varias opciones y varios votantes, será imposible que existan simultáneamente democracia real y eficiencia.

Ya hemos recorrido un sinuoso camino plagado de curvas. Podríamos agrupar los problemas encontrados en tres grupos:

-Votantes: Reciben información imperfecta, fallan en la recepción y comprensión de dicha información, costes de votar, incapacidad para reflejar en una urna las preferencias exactas...
-Partidos: Aportan información imperfecta, no existen los suficientes como para representar todas las preferencias, eficiencia/equidad/justicia no juegan un papel esencial
-Sistema de elección: Teorema de imposibilidad de Arrow

Y todo esto sin entrar en ese mar que tenemos delante, lleno a rebosar de ejemplos prácticos, cotidianos, de situaciones tales como el voto por despecho, la corrupción en la política, la incoherencia social... Lo he hecho así porque pienso que, al final, todo sistema aspira a la la idea platónica de dicho sistema, es decir, la democracia aspira a un ideal de Democracia en el que la sociedad gobierna, eficientemente, para la sociedad. Y de la misma forma que al replicar una circunferencia, el resultado no es exactamente el que teníamos en mente, una serie de factores pueden pervertir la Democracia que habíamos soñado. Sin embargo, lo que he querido mostrar, con mayor o menor acierto, es que la propia Idea tiene fallos de concepto, que impiden la realización de lo que buscamos, con independencia de la clase de sociedad que tengamos. Y esto no es nada nuevo.

Platón, en “La República”, alude al concepto del Rey Filósofo, como aquel que gobierna empleando la razón y la sabiduría, no necesariamente desde la tiranía, sino como resultado de ser el más preparado asimilar-procesar-transmitir información. Así la aristocracia, el gobierno de los mejores, sería el sistema idóneo de gobierno, quedando la democracia relegada a ser una corrupción inevitable de dicho sistema. O sin irnos tan lejos, la propia economía alude a un concepto similar como es el “dictador benevolente”, para afirmar que es necesaria la presencia de un individuo que asimile las funciones de utilidad de los individuos y establezca las asignaciones necesarias para asegurar la eficiencia. Es inmediato deducir que una dictadura elimina buena parte de los problemas recogidos con anterioridad.

¿Es deseable entonces la dictadura ilustrada? Tras varios años de carrera, resolviéndole la vida a millones de consumidores o ciudadanos en incontables problemas de Microeconomía o Macroeconomía, es difícil no responder SÍ. ¿Es posible aplicarla en el contexto social en el que nos encontramos? Puede que no. O puede que haya sido implementada ya hace mucho tiempo. Pero que no sean dictadores benevolentes. Ni reyes filósofos. Simplemente, tecnócratas.


Artículo escrito por Cristian González Lorenzo

4 comentarios:

  1. Comparto el concepto, en cierto sentido: Pero añado que sólo sería posible si el dictador no hiciese absolutamente nada, o casi. Que se mantuviese imparcial y justo ante los deseos y preferencias de la sociedad y que dejase en manos de la propia sociedad, vía mercado, resolver sus problemas (Quizá el caso más próximo a esto sería Singapur, con salvedades).

    Sin embargo, la idea de tecnócrata (en el sentido de un político que haga cosas guiándose por datos) entraña cierto peligro: lo datos pueden estar errados, o sus ideas, sesgadas, o quizá no disponga del feeback necesario para tomar correctamente decisiones (Un poco lo que les ocurría a los tecnócratas de la URSS, el problema del cálculo económico y demás). Pero si el tecnócrata sabe que lo que funciona es dejar a la gente resolverse sus problemas y permite la experimentación descentralizada de opiniones, encantado.

    Relacionado con este mismo tema, un paper que considero imprescindible, del economista Bryan Caplan 'The Myth of the Rational Voter'http://www.cato.org/pubs/pas/pa594.pdf

    Y también, dejo caer que hay una tendencia a gran escala a que cuanto mayor sea una población, mayor tasa de abstención muestra (Cosa lógica, la utilidad del voto es menor cuanta mayor gente esté implicada en una democracia).

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  2. Por fin te estrenas Cristian! Enhorabuena! XD Comparto la mayor parte de lo dicho entre tu y Artir, y añado una cita que no me canso de leer:

    Jorge Luis Borges sobre la democracia:

    "Para mí la democracia es un abuso de la estadística. Y además no creo que tenga ningún valor. ¿Usted cree que para resolver un problema matemático o estético hay que consultar a la mayoría de la gente? Yo diría que no; entonces ¿por qué suponer que la mayoría de la gente entiende de política? La verdad es que no entienden, y se dejan embaucar por una secta de sinvergüenzas, que por lo general son los políticos nacionales. Estos señores que van desparramando su retrato, haciendo promesas, a veces amenazas, sobornando, en suma. Para mí ser político es uno de los oficios más tristes del ser humano. Esto no lo digo contra ningún político en particular. Digo en general, que una persona que trate de hacerse popular a todos parece singularmente no tener vergüenza. El político en sí no me inspira ningún respeto. Como político."

    Buena forma de estrenarse, y se complementa muy bien con mi próximo post que esta en el horno!

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  3. Muchas gracias por los comentarios, es un honor poder participar en un sitio así, lleno de gente que a todas luces sabe un montón de cosas.

    @Max: Esa cita expresa al 200% mi opinión, nunca la había leído pero me gustaría como epitafio XD

    @Artir: Hay dos cosas con las que no estoy muy de acuerdo. La primera es sobre tu visión del tecnócrata, que si bien podría darse el caso de tener fallos de criterio o información (o no), no considero tan importante el tema del feedback, al menos si haces referencia a tener en cuenta las preferencias de los ciudadanos, y me explico: Una figura instruida que tenga la última palabra sobre las decisiones, puede llevar a cabo las políticas más beneficiosas en función de los recursos naturales disponibles (conocidos), la situación internacional (conocida) y el funcionamiento de la economía que gobierna (conocido). Un ciudadano puede preferir un doctor alemán, clases en gallego o motos en lugar de coches, pero el tecnócrata sabe que en el fondo demanda sanidad, educación y mayores rentas, y dispone de conocimientos para, al menos, tratar de dotar al ciudadano de ello (pero vamos, quizás con feedback te referías a otra cosa)

    La segunda es sobre el tecnócrata como "Jefe de Estado", que aparece solamente en los desfiles y en las revistas de corazón XD Yo soy de una opinión contraria, si esa figura existiese, intervendría muy activamente en el sistema, por la sencilla razón de que el sistema es ineficiente. Y no sólo por la competencia imperfecta, me vienen a la cabeza dos ejemplos en los que el "dejar hacer" en la economía lleva al desastre:

    1. Paradoja del ahorro. A nivel individual, puede resultar atractivo aumentar el ahorro para disponer de mayores rentas futuras, y sería una decisión racional. Pero si todo el mundo hace eso, el gasto cae, y con ello las rentas y el propio ahorro serán menores.

    2. Activos tóxicos. Pongamos que tengo un activo que empieza a perder valor. Lo más racional es que vaya al mercado y lo venda a un precio menor. Ahora supongamos que se expande la histeria y todos vendemos a la vez. El valor de ese activo se convierte en cero.

    Por casos como estos pienso que esa figura dominante y teórica debería mojarse y tomar decisiones que sean beneficiosas para la sociedad en su conjunto, aunque perjudiquen a determinados grupos/individuos

    PD: Gracias por el paper!

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    1. Por feedback me refería a ver las consecuencias de sus actos y actuar en consecuencia. (Aunque primero tendrías que aclarar exactamente qué haría el tecnócrata y qué haría el mercado, en el supuesto que estamos considerando)

      Y sobre los ejemplos que comentas
      1. Tal cosa no existe.. :P Prometí hace tiempo un artículo aquí refutándola, pero aún no me he puesto a ello. El ahorro colectivo es tan beneficioso como el individual.

      2. Eso es asumir un comportamiento de los mercados que no es tal: Con que haya un sólo individuo que mire 'objetivamente' (aunque no deja de ser su opinión) si el activo es bueno a X precio o no, el argumento se viene abajo: Supongamos que compro una acción de Apple. Resulta que al día siguiente sale el informe financiero Apple y presenta unos datos nefastos (como le pasó a google ayer). Y la gente vende como loca, otros se suman en comportamiento manada, etc... Pero yo (como inversor en valor), sé (supongo) que google realmente vale X, y aunque el mercado haga caer a google por debajo de X, yo compraré, y cuanto más caiga, más seguiré comprando. A la larga, el precio del activo termina reflejando los fundamentales subyacentes. La única razón por la que un activo vea su precio decaer a cero es que realmente su precio sea cero o cercano a él (véase el caso de Bankia. Una entidad cargada de deudas incobrables abocada a la quiebra de no ser por inyecciones de dinero. ¿Quién querría ser propietario de algo así?)

      Y finalmente, el problema es determinar eso del beneficio de la sociedad en su conjunto, aunque se perjudique a ciertos individuos.
      (Pongo énfasis en si me puedes indicar qué poder tendría el tecnócrata y qué papel le restaría al mercado. Porque a fin de cuentas, si el tecnócrata es tan crack, ¿por qué no dejarle toda la economía a cargo?)

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