15 mar 2012

Aranceles, no. Migraciones... tampoco.

Escrito por Germán García Aguilar desde No todo vale

Los aranceles, impuestos a la importación inicialmente programados para proteger la producción interna de las naciones, no es que hayan sido ‘quitados’: Lo que han sido es fulminados. Quiero decir: pareciera que hoy en día las cuotas arancelarias tan sólo formasen parte del campo de las repúblicas bananeras, al tiempo que en la Unión Europea se habla con asiduidad de la tan de moda ‘tasa Tobin’ -que vendría a ser al mercado financiero algo similar a lo que un arancel es a las exportaciones- y sus países tienden a establecer cada vez con más fuerza control sobre las migraciones, muy en especial los más desarrollados.

Lo más curioso es que el efecto perseguido por los aranceles sigue buscándose con ahínco por parte de las naciones peor paradas en esta depresión. Y no sólo por sus gobiernos: Economistas de todos los signos y colores estudian con interés ‘mecanismos’ que encarezcan las importaciones y abaraten, no sólo de cara a la exportación sino también al mercado interno, el producto nacional. Hace unos días hablábamos de cómo era éste el efecto que buscaba el nobel Krugman al proponer una bajada general de salarios -y deflación interna- en España; esta misma semana un economista reconocidamente amante del liberalismo como es Sala i Martín tildaba de ‘ingeniosa’ e ‘interesante’ la propuesta de académicos americanos de encarecer relativamente los impuestos que afectan a la importación (como el IVA) a cambio de abaratar los que abarcarían un ámbito más interno como son las cotizaciones salariales; con el afán de controlar la balanza comercial.
Aún es más: Otro tipo de barreras análogas, como son la subvención sistemática de una industria interna, por ejemplo, siguen tan a la orden del día (si no más) como cuando las naciones occidentales se refugiaban bajo toneladas de impuestos arancelarios.

Y, la verdad, cuesta entender por qué debemos acatar tan religiosamente una política que, opino, no mira siempre por el más débil. Un país no se vuelve productivo de la noche a la mañana; se llame Grecia, Portugal, España, China o Dinamarca. Sumado al desempleo de nuestro país, se convierte prácticamente en obsceno que venga Alemania a evitar que nuestros trabajadores se muevan allí al tiempo que impiden que el Banco Central común ejecute la devaluación de su moneda para evitar una posible inflación en su país, cuando otros lo están pasando realmente fatal: Vaya forma más cómoda de defender el libre comercio para un exportador nato, ¿no creen?

No quiero hacer un alegato imperante pro-arancelario, porque me faltarían dedos en las manos para enumerar todos los inconvenientes de estos impuestos, mas no puedo evitar preguntarme por qué nadie los menciona tan siquiera, por qué existe una organización mundial del comercio y no una organización mundial de la libre migración; por qué a la hora de ‘globalizar’ siempre parecen ser convenientes las impresiones que unos pocos tienen de la globalización, que no concuerdan precisamente con nada que los economistas tengamos por afirmado.

Quizás estemos viviendo un momento histórico para comprender muchas cosas. Quizás seamos un país clave para explicar al mundo que todo es mucho más bonito cuando uno está entre los más fuertes. Quizás, solo quizás, esta globalización a medias que campea por el planeta siga arrastrando viejos, muy viejos, errores.

Quizás no. Quizás todos debamos pasarlas canutas para no molestar a los alemanes, claro.

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