28 mar 2012

Ingredientes para hacer una democracia

Artículo publicado por Germán García Aguilar

A veces creo que las elecciones no deberían venir acompañadas de toneladas de promesas, papeles y programas electorales, tanto como de una biografía explícita y detallada de los candidatos a votar. A ser posible, con reflexiones y artículos propios escritos antes de iniciar su trayectoria política a mansalva.

Y es que, ¿hasta qué punto votamos políticas, y hasta qué punto votamos políticos?




Cómo elegimos

Cuando uno compra un producto, en principio no compra su proceso productivo, sino su resultado. Poco importa si los televisores se producen en China o España, empleando intensivamente maquinaria o mano de obra. Las condiciones refieren al producto terminado: Apostaría a que en tu caso lo buscarías barato, plano, grande, con cienmil conexiones y un color de lujo. Y esto tiene sentido: ¿Qué sé yo si es preferible que los conductores eléctricos estén hechos de un metal u otro? ¿O cómo debe tratarse el plástico? ¿O si es mejor producirlos todos en una sola fábrica y costear el transporte que hacerlo cerca de las ciudades donde se vende para ahorrarse ese coste?
Lo bonito está en que aquel que te lo vende sí conoce todas esas cosas, y se ve recompensado por adecuarse lo más posible a ellas.

Cuando vamos a votar, por contra, todo se vuelve mucho más complicado. Aquí lo que compramos es un producto sin hacer en base a las promesas de quienes quieren que les votes, que son siempre similares, si no iguales: Riqueza, desarrollo, equidad, etcétera. Si fueran televisores, serían televisores gigantes, planísimos pero muy resistentes, no gastarían nada de luz y tendrían un espectro de colores mayor del apreciable para la vista.
¿Cuál es la diferencia? Básicamente que unos te dicen que lo harán de una manera, y otros de otra. Y nosotros votamos, así, más al proceso que se efectuará que al resultado deseado.

El problema, por supuesto, radica en que sabemos lo mismo de gestión pública que de fabricación de televisores y las elecciones, por tanto, acaban siempre con un inevitable sabor a pantomima.

La cosa aún se complica más si buscamos una coherencia en el tiempo por parte del votante. ¿Qué significa que una persona cambie el sentido de su voto? ¿Se había equivocado en las políticas a votar, o en los políticos que ha votado? ¿Ha sido responsable del ‘error’ su ignorancia, o una serie de factores imprevisibles?



¿Cómo deberíamos elegir?

Estaremos de acuerdo en que eso de pretender que cada elección pública se realice de forma democrática es completamente descabellado. Primero, porque careceríamos de tiempo físico. Segundo, porque pecaríamos de necios si pensásemos que somos capaces de decidir sobre cada materia.

Efectivamente, todo se reduce a la elección de políticos que compartan tus objetivos. Más fácil, imposible.

Lo jodido del temaQue si, como ya he dicho un par de párrafos arriba, todos nos ofrecen lo mismo (o parecido) pero con distinta fórmula lo que legitimamos una vez más con nuestro voto no es la dirección, sino el método. Sobre el que incluso los analistas especializados saben más bien poco.

El mejor ejemplo se encontraría en las últimas elecciones. Los dos gobiernos prometían una misma cosa: Esforzarse en crear empleo. Sin embargo, mientras unos vendían austeridad, otros defendían lo opuesto. ¿Qué puta idea tiene que tener el ciudadano de cómo funciona toda esa mierda, cuando los medios se contradicen aunque sea por afinidad con los distintos candidatos?

Así, mientras no se obligue a los políticos (y los ciudadanos no exijamos a los medios) a amparar sus posturas en evidencias científicas, que son la única afirmación objetiva posible, prácticamente no tendremos nada.

¿Os imagináis una política donde las medidas planteadas se sometiesen a un mínimo estudio empírico antes de ser impuestas?


Castigar al político

También existe en toda democracia una tendencia evidente a ‘castigar’ los malos resultados denegando votos al gobierno de turno. Lo que es normal: Poco cambio puede haber más fuerte en una trayectoria negativa que el del gestor primero del país. Sin embargo, al castigar a un político también se castigan unas políticas, y con ello ya todo se convierte en un despiporre. Pues una misma dirección política puede llevarse de muchas maneras.

Sería necesario incluir aquí una mayor capacidad de decisión ciudadana sobre los distintos candidatos. Señores, no es serio que España presente cada cuatro años un candidato conservador, otro progresista, otro comunista y un centralista de color magenta. Una idea no puede reducirse a una sola carta.


Los ingredientes de la democracia

Al final, lo que nuestra democracia necesita no son medidas complicadas:
-Un sistema electoral más plural, que desincentive el voto útil y fomente la elección entre candidatos (si yo prefiero A a B, pero prefiero B a C, debo poder reflejarlo. Los sistemas a doble vuelta son el referente en este aspecto.) Efectivamente, una larga información sobre el candidato sería indispensable para esto. Las primarias americanas podrían ser un modelo en este sentido.

-Un debate científico. Basta ya de tomaduras de pelo: De falacias vestidas de un ‘como todo el mundo sabe’ o citas sacadas de contexto de las que tanto gustan en nuestro congreso. Si cualquier blog mínimamente popular (como pueden ser NadaEsGratis, Politikon o el de Escolar) son acusados de falsedad cuando no apoyan sus argumentos, ¿por qué políticos y prensa escrita pueden pasar por alto todo esto?

-Responsabilidad política. ¿Se imaginan que nos venden un televisor enorme y nos llega, en su lugar, un pequeño teléfono? ¿No habrían de devolvernos el dinero? Basta ya de fomentar que los políticos puedan hacer promesas que no tienen por qué cumplir. Obliguémosles a un mínimo de rigor, cuanto menos.

-Participación ciudadana. No es exagerado en absoluto hablar de una mayor irrupción ciudadana en política. Muy especialmente a nivel local/regional, en nuestras comunidades y ciudades. Puede que sea complicado, pero podríamos ponerle interés al menos.


Y es que hace falta recordar que hablamos de democracia. No se trata de un ‘juego de tronos’ con reyes enfrentándose y ciudadanos revueltos. En twitter se montó hace poco un pequeño barullo cuando el diputado Alberto Garzón defendió que la democracia no era un fin, sino un medio. Paradójicamente, la democracia que tenemos montada podría ser el medio para impedir el fin último del gobierno del pueblo.

4 comentarios:

  1. Muy de acuerdo con todo como modelo de mejora; pero yo lo llevaría un paso más allá y minimizaría las decisiones públicas. Por mucha información y participación que haya, la voluntad de la mayoría siempre podrá imponerse sobre los de la minoría; o lo que es más, podrían los medios que vote la mayoría ser contrarios a sus fines. Imaginaos una consulta popular vinculante en la que gane el "sí" a subir el salario mínimo a 2000 euros. Sería una hecatombe.

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    1. Pocas veces estaremos tan de acuerdo. También pienso que las esferas de decisión y el grado de unanimidad necesario debería definirse con claridad en pos de la seguridad jurídica y la libertad ciudadana. El reciente debate sobre el aborto, por ejemplo, debería quedar fuera de lugar (entre tantas otras medidas!)

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    2. El aborto... el mayor debate moral de la historia de la Humanidad. No es cosa fácil dirimir si es ético o no...

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  2. Llevo tiempo dándole vueltas a un sistema de doble voto para lograr elimina rol del "voto útil" como tu dices. Votar primero a todas las opciones posibles y luego solo a las que hayan podido obtener representación. Así primero la gente votaría sin pensar en si su voto va a ir a la basura o no, ya que si el partido más afin, minoritario se entiende, no consigue representación, podrá votar en la segunda vuelta a aquellos que si obtendrán. Además esto haría que muchos votos no se perdieran y la política fuera más representativa. No tiene sentido, por ejemplo, que (al margen del sistema injusto que tenemos), todos los votos que obtuvo UPyD en Andalucía se vayan a la mierda. Si UPyD no ha tenido representación, lo justo sería que al menos esas personas pudieran decidir entre las opciones que finalmente hay. Como dices tu, poder decir no solo que prefieres A a B y a C, sino que además prefieres o no, B a C.
    Entiendo que esto es doblemente costoso, al menos hasta que dentro de 200 años digitalicemos el sistema de voto.
    Sobre el debate… yo creo que tenemos un problema no solo en el debate anterior a las elecciones, sino también posterior. Hace tiempo hablaba con un colombiano que ha viajado por varios países y que decía que nuestro problema era la confrontación. Hacemos discursos contra el contrario, no junto al contrario (se ve que en otros países no es así…). Esto se presta mucho a usar la demagogia y, por tanto, las mentiras o medias verdades.
    Y el debate sano no solo fomenta el dialogo y por tanto consenso, si no que la gente acaba entendiendo mejor los problemas y seleccionando las posibles soluciones de una forma más eficiente. No recuerdo en qué país se voto no ampliar el tiempo de vacaciones, por ejemplo. No deberíamos temer al voto de la mayoría si esta está bien informada.
    Sobre las minorías… a veces son incluso más poderosas que las mayorías. Solo hay que ver algunos lobbies formados, quizás no tanto aquí, sino en otros países. Las minorías están más organizadas lo cual hace que puedan ser más fuertes que una mayoría que se mueva independiente.

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