Pensar rápido, pensar despacio - Daniel Kahneman
El cálculo no es algo que sucede solo en su mente; también su cuerpo está implicado. Sus músculos se tensan, su presión sanguínea aumenta, y sus pulsaciones aumentan. Alguien que mire de cerca sus ojos mientras trata de llevar a cabo la operación [matemática], observará que sus pupilas se dilatan. Sus pupilas vuelven a contraerse al diámetro normal al terminar la tarea, cuando encuentra la solución, o cuando desiste.
Pensar rápido, pensar despacio - Daniel Kahneman
Según nos indican los últimos descubrimientos neurológicos, los buenos estudiantes serían no los que más 'se aplican', sino:
- Aquellos con la fortuna de haber aprendido a concentrarse fuera de la escuela, algo cada vez más difícil en una sociedad hambrienta de inmediatez. Si existen, su número es anecdótico.
- Aquellos que se ven menos capaces de aprobar con un menor esfuerzo, o para los que ‘aprobar’ (su mínima nota satisfactoria) es sacar una calificación superior al cinco: Cuanto más difícil consideren conseguir la nota que realmente desean, más se esforzará su cerebro en conseguirla. Las razones por las que para un alumno puede ser importante sacar más nota que el aprobado son para dedicar otro artículo de los densos.
- Aquellos que busquen objetivos diferentes al aprobado que les favorezcan a ser buenos estudiantes (por ejemplo, aquellos que consideren importante que el profesor les elogie o se pongan muy nerviosos cuando esto no pasa, o aquellos a los que simplemente les guste la dinámica de las clases o estudiar en casa).
Habría que ver hasta qué punto se tratan de factores manipulables todos ellos, muy particularmente en el corto plazo.
Volviendo a la rutina preadolescente, no deberíamos pasar por alto el almuerzo, habitualmente compuesto por galletas, patatas o pastelitos y sus correspondientes carbohidratos de rápida digestión y grasas hidrogenadas; ni tampoco el recreo, durante el cual muchos harán deporte -voluntariamente, por placer -y los que no, probablemente estén más activos de lo que muchos adultos están nunca (vaya, ¿pudiera ser que el momento más saludable del día sea su media hora de 'libre albedrío social'?).
Luego llegan a casa, al mediodía. Allí comen un plato de pasta o arroz con pan y algo de carne. Terminan con un postre azucarado. De nuevo, su comida se ha compuesto de carbohidratos de rápida digestión en su mayor parte. Cómo no, ¡son buenos para el cerebro, y son muy sanos, y tienen que comer muchos, que están creciendo!
Y llega la tarde. Ese periodo de tiempo en el que siempre deberían estar estudiando pero nunca tienen realmente la necesidad de hacerlo. Se encierran en su habitación; un cubículo donde juegan a las consolas, chatean, estudian y duermen por igual. La dinámica que paseará por su mente será, muchas veces, la siguiente: Si se plantean en qué deberían ocupar su tiempo, la respuesta será casi automáticamente ‘estudiar’. Algo que no les apetece, ni les parece práctico, ni tampoco necesario, dado que saben que aprobarán de la misma manera que lo han hecho siempre, pero sería lo correcto, y por ende irresponsable tomar la decisión de trabajar en algo diferente. ¿Resultado? No harán planes que sí les convenzan, se pondrán a hacer pequeñas actividades que no comprometan toda su tarde (pues tienen que trabajar en estudiar) y acabarán rellenándola: Chatear, jugar, seguir chateando, navegar por internet y bajar repetidas veces a la despensa a comer más carbohidratos refinados y grasas hidrogenadas, que llevaban pocos. Procastinar, lo llaman. Yo lo tildaría de irracional, pero lógico.
Sí, lo sé, nos gustaría verlos escribiendo poesía, realizando hobbies, desarrollando habilidades, pero han dormido poco, se han pasado la mañana en clase, su dieta es de todo menos estimulante, y ‘tienen que estudiar’, así que de eso nada.
Pasa la hora de la cena (croquetas, empanados, precocinados... efectivamente, carbohidratos refinados y grasas hidrogenadas) y llega, por primera vez en todo el día, el momento en el que no ‘deberían estar estudiando’. Para su desgracia, son pocas las cosas que pueden hacer entonces que no hayan hecho durante la tarde, además de estar cansados, y de nuevo se ponen a chatear. Whatsapp y Tuenti se hacen reyes indiscutibles de todo su ‘tiempo libre’.
Lo responsable aquí sería que se marcharan pronto a la cama (dormir ocho horas, si despiertas a las siete, te obliga a estar ya dormido a las once) pero no lo hacen. Tampoco tienen por qué. No necesitan estar descansados para cumplir con sus objetivos en clase, y es el único momento que pueden dedicar deliberadamente a sus objetivos prioritarios, no muy distintos a los de un adulto: Socializar, enamorarse. Vivir, y otras nimiedades.
Entre tanto, desde el exterior les habrán ido llegando todo tipo de correlaciones erróneas e inducidas. Nefasta comida envuelta en colores vistosos y acompañada de slogans motivacionales, una televisión inundada de modelos ficticios de humanos que, por supuesto, además de tener conductas impecables siempre son atractivos, y anuncios les enseñan que comprarse unas zapatillas les garantizará un cuerpo diez y/o sexo con congéneres despampanantes.
Lo más duro, por si todo esto ya era poco, es que eso de estudiar tampoco es productivo. Alumnos brillantes en Lengua llegan a la universidad sin dominar el uso de las tildes, los mejores en Biología no son capaces de alimentarse correctamente, los conceptos de Matemáticas necesitan ser estudiados de nuevo año tras año y, el ejemplo más ilustrativo, nueve años de Inglés apenas nos sirven para relacionarnos por signos en el extranjero.*
Uno diría que se les impone hacerlo todo mal. Después, cuando observamos adultos especialistas en pasar horas sentados en una silla sin concentrarse, pautas alimenticias nefastas, unos porcentajes de población con trastornos de depresión/ansiedad disparados, nos preguntamos en qué nos estamos equivocando.
¿Quizás deberíamos preguntarnos si algo de lo que hacemos está bien antes de derrumbarlo todo y así poder empezar de cero?
*La correlación entre años de educación y mayor productividad es un hecho, si no estoy muy mal enseñado, repetidamente comprobado, pero aún hay mucho que debatir al respecto. Prometo recopilar información relevante sobre ello para compartirla con todo al que le interese en otra ocasión, por supuesto.
Desde luego, es una edad crucial para el futuro del individuo y de la sociedad a la que se le pone mucho empeño y estudio pero a la que se le hace, creo, bastante poco caso a nivel práctico.
ResponderEliminarMis recuerdos académicos de entonces no pueden ser peores. Pero, que voy a decir yo, “el instituto debe ser aburrido”, se puede argumentar, como un mantra desde el que algunos se (o nos) escudamos para no cambiar las cosas.
Una de las cosas que más tardé en aprender es que aprender es verdaderamente entretenido. Puede parecer una solemne tontería, pero estoy seguro de que muchos (quizás la gran mayoría) no ven el aprendizaje desde la óptica correcta, quizás porque se realiza de manera incorrecta.
Y es que, si bien aprender por uno mismo puede ser una gran motivación, a la que yo he tenido que incurrir para no morirme de aburrimiento en el intento, en un mundo regulado y formalizado hasta el extremo es un tema bastante delicado. Sirva como ejemplo 2º bachiller, año donde en literatura se leen los libros determinados para el examen de selectividad, en matemáticas se pasan de largo las explicaciones pertinentes para cubrir todo el temario necesario para poder aprobar (que tampoco da tiempo nunca de verlo entero) y etc etc.
Con suerte, al menos yo la tuve, tendremos un profesor de esos por los que vale la pena levantarse todas las mañanas, que te enseñará los valores del esfuerzo, autocrítica, y autoaprendizaje que veo necesarios.
Y es que una de las preguntas que más daño pueden hacer es: Y esto, ¿para qué?
Creo que todos hemos perdido la cuenta de la cantidad de veces que nos lo habremos preguntado. Y no sé si para todos los casos hay una respuesta satisfactoria.
Y no sigo, porque podría escribir folios enteros criticando nuestro sistema educativo, y no es plan de que gastéis vuestro tiempo en ello, que es viernes noche.
Es una pregunta que de vez en cuando me hace algún alumno: ¿Para qué tiene que estudiar esas cosas que le hacen meterse?
EliminarMis respuestas, muchas veces, son engaños. Lo cierto es que yo tampoco lo tengo muy claro.
Qué insistencia con los carbohidratos y las grasas hidrogenadas :P . El tema de la alimentación ciertamente es importante, pero creo que no es vital en el tema de la educación.
ResponderEliminarEl problema está en que, como dices, se pide aprobar. Y de ahí, incentivos perversos a copiar, estudiar para un 5 pelado y demás...
En mi opinión la solución debe partir de los padres, lograr que el alumno interiorice los valores de la excelencia y el esfuerzo, y que persiga el sobresaliente no por una recompensa, sino por realización personal. El cómo es otro asunto.
" ¿Para qué tiene que estudiar esas cosas que le hacen meterse?" dice Germán. Muy cierto. ¿Realmente necesitamos imponer un currículum estandarizado a todo dios y luego hacerles pasar por una prueba estandarizada (Creando los citados incentivos a sacrificar el aprendizaje por aumentar el % de aprobados en esa prueba)?
La escuela debería producir individuos curiosos y críticos, en lugar de tratar de hinchar a los alumnos con datos que han de memorizar cual letanía.
Considero la nutrición un eje vital en el nivel de vida de un individuo. De todo lo que se puede comer, prácticamente son dos los alimentos que se han demostrado más insanos: Carbohidratos refinados (que son un tipo de carbohidrato, no todos ellos) y grasas hidrogenadas. Los primeros, especialmente, alteran el estado anímico sobremanera... Y son prácticamente la totalidad de todos esos chicos. Sí, creo que es relevante, la verdad.
EliminarCon lo demás, de acuerdo a medias. Dejar la responsabilidad a los padres (que siempre tendrán una responsabilidad enorme, qué duda cabe) es dejar vendido al crío. Más cuando muchas veces lo que se les exige, más que esfuerzo, es sacrificio... que son cosas muy distintas.