A raíz de mi último post sobre educación y preadolescencia, un buen amigo ha compartido conmigo una reflexión que me gustaría haceros llegar:
¿En qué medida afecta nuestro sistema educativo -bandera del estado del bienestar -a la infelicidad imperante en los países occidentales (y en los casos más extremos al desarrollo de trastornos de ansiedad, depresión y estrés crónico)?
La base -diría que documentada -de su argumento era la siguiente: Nuestra sociedad se priva a sí misma de la felicidad, entre otras cosas, por la creación de necesidades ficticias y pensamientos irrealistas nocivos que convierten la vida en un contexto imposible, del tipo:
Pensamientos muchas veces irracionales en el sentido de que olvidan la estadística más básica (p.ej: ‘Si no soy el alumno más brillante de mi clase acabaré con un trabajo mediocre y no acorde a mi formación’, aunque tu nota esté bastante por encima de la mediana y sea una carrera con alta tasa de ocupación) y en el de que, en realidad, el acontecimiento que lastra tu felicidad no lo haría si no fuese porque tú te devanas la cabeza para que así lo haga .
Pensémoslo, ¿cuáles son las necesidades básicas de un ser humano? Aunque hoy desapareciera nuestro dinero, nuestros familiares, nuestros amigos y nuestro puesto de trabajo (¡que tambien sería mala suerte...!), seguramente seguiríamos pudiendo encontrar algún albergue solidario en el que dormir bajo una manta y algún comedor social donde sustentarnos mínimamente, y tendríamos todo el día libre para solucionar nuestra situación... No dejaría de ser una tragedia, pero como uno de los peores (e improbables) escenarios a considerar, la verdad, ¿es tan nefasto como para andar provocando infartos?
Uno diría que tenemos razones para ser ‘felices’’ nos pase (casi) lo que nos pase, y que las emociones negativas que por ley de vida irrumpen en nuestro vivir ya son suficiente lección vital como para darlas más de sí.
Sin embargo, las razones son algo que escapan a buena parte de nuestro pensamiento, diseñado para emplear su complejidad en multitud de decisiones instantáneas, y un cerebro que tiende a hacer de toda posibilidad una calamidad no tendrá la buena costumbre de preguntarnos antes si tiene sentido el hacerlo así. Es posible entrenarlo para que deshaga ciertos pensamientos nocivos, pero no es tarea de un día, ni mucho menos de los segundos que bastan para desmontar un argumento. La clave está, pues, en... ¿por qué desarrolla estos mecanismos? ¿es algo inherente a nuestra condición humana, o se trata de un defecto adquirido?
Según la evolución de los datos, algo estamos haciendo mal: Los mecanismos de preocupación/ansiedad son reacciones naturales desarrollados para unas condiciones de vida distintas a las nuestras -cuando los peligros eran realmente mortales, en lugar de convertirlos nosotros en mortales -por lo que sería lógico que estuviesen un poco ‘descolocados’ en la vida moderna... pero el aumento en los últimos años de trastornos de ansiedad y de estrés se debe... ¿Exactamente a qué?
Ante todo esto, llegamos al sistema educativo y, ¿qué encontramos? Un desgraciado modelo donde, dijimos, el ‘buen estudiante’ es aquél realmente preocupado por sus resultados en unos estudios que no atienden a sus intereses y que, de por sí, son francamente improductivos, y en un contexto de abundancia en el que cada vez es más complicado que llegue el día en que no tengan recursos para sobrevivir.
¿Cómo se traga algo así? ¿Cómo me preocupo por el devenir de mi vida académica si creo que no aprendo, no me gusta y no lo necesito? Uno diría que es... ¿imposible?
Lo curioso es que, para solucionarlo, no se cambia el ‘no aprendo’ ni el ‘no me gusta’ (lo que estaría bastante bien) sino el ‘no lo necesito’: Si no estudias no llegarás a nada en la vida, serás un fracasado, una vergüenza para tus padres; etc. No tendrás los ingresos necesarios para comprarte un BMW, que es la llave de la felicidad; no podrás tener una casa de chorrocientosmil metros cuadrados, ni un mayordomo que se llame Alfred.
Es decir, se aterra al estudiante para que asimile que estudiar es importante. Incluso se considera una virtud (¡una virtud!) que se estrese durante los exámenes, le entren sudores fríos y tenga pesadillas con la idea de no sacar los resultados que le han enseñado a exigirse. Al tiempo, se le adoctrina para buscar la autorrealización en cosas tan efímeras como es el éxito, o en cosas materiales que asociar a fetiches de una imagen personal.
Para colmo, ese mismo modo de pensar, que ha sido inducido, dificulta terriblemente a labor académica cuando se desborda.
Y una vez más, observar el sistema educativo de nuestro tiempo desemboca en un frustrante: ¿Pero qué coño nos pasa?
¿En qué medida afecta nuestro sistema educativo -bandera del estado del bienestar -a la infelicidad imperante en los países occidentales (y en los casos más extremos al desarrollo de trastornos de ansiedad, depresión y estrés crónico)?
La base -diría que documentada -de su argumento era la siguiente: Nuestra sociedad se priva a sí misma de la felicidad, entre otras cosas, por la creación de necesidades ficticias y pensamientos irrealistas nocivos que convierten la vida en un contexto imposible, del tipo:
- Si me despiden es imposible que encuentre otro buen trabajo.
- Si mi ex consigue una pareja antes que yo, yo seré un fracasado, lo que será terrible.
- Si tuviese más dinero esto no me pasaría; etc, etc.
Pensamientos muchas veces irracionales en el sentido de que olvidan la estadística más básica (p.ej: ‘Si no soy el alumno más brillante de mi clase acabaré con un trabajo mediocre y no acorde a mi formación’, aunque tu nota esté bastante por encima de la mediana y sea una carrera con alta tasa de ocupación) y en el de que, en realidad, el acontecimiento que lastra tu felicidad no lo haría si no fuese porque tú te devanas la cabeza para que así lo haga .
Pensémoslo, ¿cuáles son las necesidades básicas de un ser humano? Aunque hoy desapareciera nuestro dinero, nuestros familiares, nuestros amigos y nuestro puesto de trabajo (¡que tambien sería mala suerte...!), seguramente seguiríamos pudiendo encontrar algún albergue solidario en el que dormir bajo una manta y algún comedor social donde sustentarnos mínimamente, y tendríamos todo el día libre para solucionar nuestra situación... No dejaría de ser una tragedia, pero como uno de los peores (e improbables) escenarios a considerar, la verdad, ¿es tan nefasto como para andar provocando infartos?
Uno diría que tenemos razones para ser ‘felices’’ nos pase (casi) lo que nos pase, y que las emociones negativas que por ley de vida irrumpen en nuestro vivir ya son suficiente lección vital como para darlas más de sí.
Sin embargo, las razones son algo que escapan a buena parte de nuestro pensamiento, diseñado para emplear su complejidad en multitud de decisiones instantáneas, y un cerebro que tiende a hacer de toda posibilidad una calamidad no tendrá la buena costumbre de preguntarnos antes si tiene sentido el hacerlo así. Es posible entrenarlo para que deshaga ciertos pensamientos nocivos, pero no es tarea de un día, ni mucho menos de los segundos que bastan para desmontar un argumento. La clave está, pues, en... ¿por qué desarrolla estos mecanismos? ¿es algo inherente a nuestra condición humana, o se trata de un defecto adquirido?
Según la evolución de los datos, algo estamos haciendo mal: Los mecanismos de preocupación/ansiedad son reacciones naturales desarrollados para unas condiciones de vida distintas a las nuestras -cuando los peligros eran realmente mortales, en lugar de convertirlos nosotros en mortales -por lo que sería lógico que estuviesen un poco ‘descolocados’ en la vida moderna... pero el aumento en los últimos años de trastornos de ansiedad y de estrés se debe... ¿Exactamente a qué?
Ante todo esto, llegamos al sistema educativo y, ¿qué encontramos? Un desgraciado modelo donde, dijimos, el ‘buen estudiante’ es aquél realmente preocupado por sus resultados en unos estudios que no atienden a sus intereses y que, de por sí, son francamente improductivos, y en un contexto de abundancia en el que cada vez es más complicado que llegue el día en que no tengan recursos para sobrevivir.
¿Cómo se traga algo así? ¿Cómo me preocupo por el devenir de mi vida académica si creo que no aprendo, no me gusta y no lo necesito? Uno diría que es... ¿imposible?
Lo curioso es que, para solucionarlo, no se cambia el ‘no aprendo’ ni el ‘no me gusta’ (lo que estaría bastante bien) sino el ‘no lo necesito’: Si no estudias no llegarás a nada en la vida, serás un fracasado, una vergüenza para tus padres; etc. No tendrás los ingresos necesarios para comprarte un BMW, que es la llave de la felicidad; no podrás tener una casa de chorrocientosmil metros cuadrados, ni un mayordomo que se llame Alfred.
Es decir, se aterra al estudiante para que asimile que estudiar es importante. Incluso se considera una virtud (¡una virtud!) que se estrese durante los exámenes, le entren sudores fríos y tenga pesadillas con la idea de no sacar los resultados que le han enseñado a exigirse. Al tiempo, se le adoctrina para buscar la autorrealización en cosas tan efímeras como es el éxito, o en cosas materiales que asociar a fetiches de una imagen personal.
Para colmo, ese mismo modo de pensar, que ha sido inducido, dificulta terriblemente a labor académica cuando se desborda.
Y una vez más, observar el sistema educativo de nuestro tiempo desemboca en un frustrante: ¿Pero qué coño nos pasa?
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