17 abr 2012

Tomar decisiones, estrés y tiempo libre, libre

Artículo publicado por Germán García Aguilar

Contra lo que muchos aún piensan, los seres humanos no somos ‘máquinas de decidir’ que analizan desde su conciencia los pros y contras de su comportamiento. Como nunca lo hemos sido.

La especie humana que resultó del azar y la evolución natural no había de plantearse demasiadas decisiones. Si tenía hambre, cazaba; si tenía frío, se refugiaba; si tenía pena, lloraba. El organismo que se impuso a la ley de la naturaleza -y con el que estamos llamados a vivir- realmente tomaba las decisiones adecuadas por estar dotado de los estímulos pertinentes, y nada más. Muchas de sus decisiones más importantes, como qué trayectoria seguir para cazar a un animal, habían de hecho de ser resueltas tan rápido que el mero hecho de llevar la información hasta su consciencia supondría una actuación equivocada.



Sí, podían existir algunas decisiones importantes sólo resolubles mediante la lógica consciente, pero lo que nunca tenían que afrontar era un exceso de posibilidades, y aquí su increíble cerebro rendía a un nivel excelente para resolverlas.


Conforme el tiempo pasó, y las sociedades se desarrollaron, el hombre comenzó a tener algún margen de decisión -consciente- mayor, y en el proceso la economía surgió como disciplina para estudiar su comportamiento con una presunción que se dio por sentada: Cuando decidimos, escogemos la opción más adecuada para satisfacer nuestros gustos. ¿Cuál habríamos de elegir si no?


Sin embargo, la rueda del desarrollo siguió rodando, y la cantidad de alternativas que tiene la persona fue adoptando cifras disparatadas.
Piensa en todas las cosas que podrías y te gustaría estar haciendo ahora. Probablemente seas incapaz. Como sea: ¿Crees que estar aquí, leyendo esto, es la mejor de todas? Probablemente no. ¿Por qué lo estás haciendo?


¿Si en un restaurante te pusieran una carta con un millar de platos: Escogerías el que más te gustara?

Y es que lo que estamos observando es cómo esa multitud de elecciones, que en principio sólo debería brindarnos un mayor bienestar, podría estar de hecho convirtiéndose en una de las causas de la infelicidad moderna. De estrés, de culpa, de arrepentimiento. Somos desgraciadamente así. El lugar de degustar el plato que, si hemos escogido, habremos elegido por algo, los remordimientos nos llevan a pasar la comida planteándonos cuántos platos habría mejores que el nuestro en esa carta que no podíamos ni leer entera, y mucho menos asimilar.

Las librerías se van llenando de libros de ‘organiza tu tiempo’ para ejecutivos, las farmacias se abastecen de ansiolíticos y somníferos y, paradójicamente, la procastinación o costumbre de dejarlo todo para el último momento se impone entre nuestros hábitos.

Las preocupaciones de la medicina también van dirigiéndose cada vez más a la gestión de decisiones y el modelo de vida que estamos adoptando. Las conferencias de los cardiólogos comienzan a dejar de lado la obesidad y el tabaco para hablarnos de estrés y educación emocional. No creo que sea el único que termina horriblemente frustrado los días de horarios llenos de ‘cosas prácticas’ y que, al mismo tiempo, se arrepiente de las jornadas en que ‘pierde el tiempo’ sin entender muy bien por qué.

Aquí, siempre como el insignificante aprendiz de ciencias sociales que soy, voy a compartir con vosotros las lecciones que he ido aprendiendo al respecto y a animaros a participar en el debate: ¿Qué cojones hacéis vosotros para salir con vida de todo este caos?

Allá van:

-El tiempo debe ser dividido entre obligaciones y el tiempo libre, libre. Carece de sentido vivir siempre de cara al futuro cuando lo único que allí te depara es la muerte, y tu mente, por productivo que tú quieras ser, lo sabe. Y con tiempo libre, libre, me refiero a tiempo libre del todo: Si crees que debes hacer deporte, eso constituye una obligación; si debes pasear al perro, hacer la compra, limpiar la casa o aprender mecanografía e inglés, lo que sea, tienes que tratarlo todo como un conjunto de obligaciones. Y si ves que el paquete de obligaciones se vuelve demasiado grande, entonces probablemente habrás de descartar algo.

Nótese que en ningún momento me refiero a tiempo libre como ‘no hacer nada’. Quizás algún día en tu tiempo libre, libre te apetezca adelantar trabajo (porque te gusta lo que estás trabajando en ese momento y quieres continuar), hacer una dosis extra de ejercicio físico, o hasta hacer el idiota escribiendo un blog y excusarte diciendo que lo haces por autoaprendizaje. Tal vez lo tuyo sea leer, bajar al bar en el que sabes que estarán tus amigos o tratar de intimar con la cajera del supermercado; yo no lo sé. Lo que importa es que tu nivel de estrés desaparecerá notablemente sabiendo que no tienes por qué hacer nada.


-Aprende a ser productivo en el tiempo que dediques a tus obligaciones. Estoy seguro de que en el anterior párrafo habrás pensado un ‘si, muy bonito, como si yo tuviera tiempo para no dedicarlo al deber’. Sin embargo puedes apostar, y supongo que serás consciente, a que podrías ser muchísimo más productivo en tu tiempo de trabajo de lo que eres.

Hace poco tuve la fortuna de leer un texto titulado ‘Cómo un postdoctorando del MIT escribe la defensa de su doctorado, tres libros y más de seis artículos revisados por académicos, y termina para las cinco y media de la tarde’. Ah, el tío también dedica una hora a pasear con su perro entre su tiempo de ‘trabajo’. No sé si es que el tipo es un genio, pero por mucho que lo sea, aplica una disciplina consistente en aprovechar al máximo su capacidad productiva: Si creo que a es más productivo que b, hago a. Y apuesto a que tú, como yo, te darías con un canto en los dientes con hacer sólo una mísera parte de lo que él hace.

Claro, entre otras cosas, descarta muchas ideas y tareas prácticas. En eso consiste. En planificar tus obligaciones.


-Mantén cerebro y cuerpo en orden. Sintiéndolo mucho, la cantidad de procesos químicos que se desatan en tu cuerpo son inevitables, y están diseñados para una forma de vida obsoleta. El mismo estrés es el principal ejemplo de ello: Un mecanismo idóneo para protegernos de situaciones potencialmente peligrosas y puntuales que se convierte en una ‘tara’ crónica ante nuestra tensión y ritmo de vida actuales. Estamos desubicados. Pero podemos combatirlo si así lo deseamos.

El ejercicio físico es probablemente la solución que más se encuentra en nuestra mano. Si acostumbramos al cuerpo a emplear su energía al nivel que tanto le gusta de vez en cuando, su confusión se reducirá de una forma notable: Segregaremos sustancias estimulantes, frenaremos el ‘runruneo’ constante del cerebro, ayudándole a hacer borrón y cuenta nueva, a la par que emplearemos toda la basura acumulada y, al ponernos en forma, ganaremos vitalidad de cara a afrontar nuestra rutina.

Otra medida que podría ser interesante es la de dedicar una parte del día a organizar introspectivamente nuestra mente. Si bien las religiones y mitologías actuales nos han hecho asociar esta práctica a una forma de vida arcaica, lo cierto es que las sociedades que se caracterizan por tener una mayor esperanza de vida y alcanzar la vejez en mejores condiciones son aquellas que, de algún modo, se permiten algún tiempo de ‘reflexión interna’ en su rutina: Ya sea rezar, meditar o cualquier mezcla entre ellas. La meditación se ha demostrado a su vez como el mejor estimulante de la capacidad de concentración y el método más acertado de control del marisma emocional que tantas veces inunda nuestra mente, dejando la consciencia desubicada cuando más nos hace falta.


-Aprende a abandonarte a tu intuición, o forma de decisión inconsciente: Una vez más, el cerebro funciona de una manera muy distinta a la que podría resultarnos evidente. El exceso de alternativas, lo satura. Tanto es así, que algunos estudios corroboran que las personas con más información sobre un tema tienden a ponderar la misma de forma equivocada y, en consecuencia, fallan más en sus previsiones que el resto. Es muy posible que todo el tiempo que dedicas a sopesar entre distintas opciones de una forma racional no sólo sea tiempo perdido, sino contraproducente. Por contra, la intuición parece comportarse de una forma mucho más ‘racional’ que lo que cabría esperar.

De algún modo, deberías dedicar algún rato a la semana, o cada dos o tres días (en función de tus obligaciones) a planificar desde la consciencia qué hacer y cómo, y emplear la intuición para resolver los imprevistos de tu día a día. ‘Cómo me visto’; ‘por dónde empiezo a trabajar’; ‘cuántos largos debería hacer hoy en la piscina’. Deja de hacer el idiota, y lánzate, porque estás increíblemente bien diseñado para apostar por la opción correcta.

Eso sí, la intuición debe estar bien provista para funcionar. Si a ti no te interesa terminar un trabajo esta tarde, no esperes de tu intuición que te diga 'deberías ponerte a hacerlo ya'. Y si no tienes ni idea de qué va, tampoco apuestes por intuir el tiempo que te va a costar. La intuición trabaja con el material que tú le brindes.




-Aprende a alimentarte: En sintonía con lo discutido hace un par de párrafos: Tu cuerpo es química, y como tal lo debes entender. Aquello que comas, y cómo lo hagas, influirán increíblemente en tu forma de vida. Apenas sé de la materia, por lo que no me aventuraré, pero lo poco que he indagado me dice, por ejemplo, que tomamos una elevadísima cantidad de carne (deberíamos consumirla un par de veces por semana) y que el hábito de darse una comilona a mitad del día nos quita energía, salud, y años de vida. Seguiré informándome, y te invito a que también lo hagas.



Y... ¡ya está! No es para tanto, tampoco. Todo lo contrario, lo expuesto constituye un método de vivir de una forma más cómoda, desentendida y eficiente. Dejar de llegar a casa cansado a la hora de estar con los tuyos, por ejemplo. No sé, hablamos de felicidad y esas cosas que tanto deberían importarnos.

Por cierto, quiero terminar notando lo increíblemente lejos que está el modelo educativo de toda esta forma de vida. El espíritu del ‘siempre deberías estar estudiando, pero nunca es realmente necesario hasta el día de antes’, combinado a la costumbre de perder el tiempo en las clases, pretender que los alumnos pasen seis horas sin sentarse a comer en condiciones, etcétera, etcétera, etcétera. Poco a poco, se dice.


4 comentarios:

  1. Recuerdo que hace unas semanas teníamos una especia de debate sobre este tema.
    En resumen: Tu ganas ;).

    El otro día hablaba sobre este tema a un nivel algo más "biológico", pues nuestro cerebro tiene la capacidad de tomar decisiones en un muy corto espacio de tiempo, guiado no por reglas optimizadoras sino básicamente reglas o estrategias previamente inducidas (por la experiencia, la personalidad...), algo así como la heurística de la que hablaba Gigerenzer en su conferencia.

    En cierto modo, la pregunta que nos hacíamos era: ¿Sabemos por que hacemos lo que hacemos?
    Pero en cierto modo, partiendo de que, como dices, en el futuro solo nos espera la muerte, al final la pregunta se traduce en: ¿cual es el sentido de lo que hacemos? y en última instancia, ¿cual es el sentido de la vida?
    O quizás solo seamos robots biológicos capaces de razonar y optimizar y el sentido último de lo que hacemos no nos importa.

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    1. En cierto modo, lo que dice el artículo es que tu postura era más bien la correcta. Tomas una decisión, y no otras: Por algo será. Probablemente no sea la mejor, pero tal vez sí sea mejor que tratar de detenerte siempre a sopesarlas todas.

      Y en cuanto al resto, eso del 'sentido último de las cosas' se me escapa ciertamente de las manos. Cada cual debe saber qué quiere y por qué. Lo que pasa es que para que lo sepa es importante conocer los handicaps que supone ser humano en un mundo diseñado por el ser humano pero tal vez no enfocado (todavía) en su naturaleza, como sí lo estaban los ecosistemas de antaño.

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  2. Mi opinión sobre este tema es que el tiempo libre ha sufrido un evolución importante en los últimos tiempos, por tres razones:

    1. El coste del ocio ha descendido a niveles absurdos. Centrándonos por ejemplo en el ocio digital, aunque existe una tendencia más o menos general al encarecimiento de los productos (videojuegos más caros de salida, entradas de cine más caras...), la descarga gratuita (que no piratería, pues no nos lucramos con ellos) y el intercambio P2P, ambos accesibles hoy a un sólo click, produce que conseguir lo último en entretenimiento nos cueste tan sólo un par de minutos. Y aplicando economía básica, lo más normal cuando un bien reduce su precio, es que consumamos más de él. Y así nos encontramos con ritmos mucho mayores de adquisición que de consumo. Como el que va pidiendo más dinero del que tiene para devolver. Ligeramente estresante.

    2. Porque hoy por hoy, intentamos ante todo ser eficientes, valoramos muchísimo nuestro tiempo. Si puedo ver este artículo sacando el móvil del bolsillo y pulsando un botón, como no le voy a pedir a mi material de ocio que me entretenga YA, sin esperas? Están surgiendo cada vez más personas que se suben a la corriente del "No es necesario terminar un libro para decir que lo he leído". Sintetizar. Lectura diagonal. Fuera capítulos "intranscendentes". Dentro albums de 9 canciones. Videojuegos de 4 horas. Rapidez. Ligeramente estresante también.

    3. Nuestro ocio ya no es nuestro solamente. Amazon, Youtube, Nintendo, Facebook... Son sólo un ejemplo de "empresas" que viven exclusivamente de nuestro tiempo libre, de que lo empleemos en comprar/visionar lo que ellos nos ofrecen. Estamos sometidos constantemente a un bombardeo de información, de oportunidades, de colores, de marketing viral... Ligerísimamente estresante.

    La conclusión es que tenemos abundante comida, que es introducida en nuestra pequeña boca a la fuerza por unos completos desconocidos. Y aunque al principio tragas, el final es más que obvio.

    Sin embargo, sobrepasado ese punto, empiezas a ver que te gustaría ir a pescar, te gustaría pasarte ese videojuego que te compraste hace un mes, empezar ese libro que te regalaron... Pero lo que quieres es estar en el sofá comentando el artículo. Y el querer siempre tira más que el gustar ;)

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    1. No estoy de acuerdo en algo de lo que dices: No creo que el coste del ocio sea tan bajo. Sí puede ser bajo el precio, pero no así el coste total: Recuerda que, al final, el auténtico coste de cualquier elección es el coste de oportunidad, o aquello que dejas de hacer a cambio. Y en eso, como he intentado defender, el coste es elevadísimo. En parte por el propio bajo coste de acceder a alternativas de consumo: Si yo estoy leyendo un libro y no puedo permitirme comprar otro, tendré más incentivos a leerlo que si el hecho de leerlo me quita de leer otro más interesante.

      Sin embargo, diriges tu opinión hacia algo que complementaría mucho este artículo: La existencia del deseo, lo vulnerables que nos hace y lo interesados que están en estimularlo personas que, para bien o para mal, tienen en su mano el influenciarnos. Y es que el deseo, efectivamente -al menos lo poco que he podido leer al respecto me hace estar de acuerdo contigo-, no es en ningún momento el mecanismo más adecuado para proporcionarnos la 'felicidad' a la que se supone que tanto aspiramos.

      Qué gusto da recibir comentarios tan elaborados, por cierto. Muchas gracias.

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