25 abr 2012

Un dios maldijo la vida del emigrante

Escrito por Germán García Aguilar 

Últimamente he tenido ocasión de discutir con varias personas sobre la crisis económica, y en todos los temas ha salido -y no por mi parte- la inmigración como factor clave en la misma. ‘Nos quitan el trabajo’ o ‘Cataluña ya no es lo que era porque se ha llenado de inmigrantes’ son ejemplos literales de lo expuesto en estas conversaciones.
Nuestra ministra de sanidad ha estimado oportuno retirar el servicio de sanidad a los residentes del país que no estén nacionalizados (porque el ‘turismo sanitario’ tan famoso ya era ilegal antes de toda esta polémica, estuviera o no bien controlado). Merkel y Sarkozy han decidido violar el pacto de libre migración dentro de la unión europea, y la ultraderecha francesa -que abraza con suma facilidad la xenofobia, según publican nuestros medios- ha sido votada por uno de cada cinco ciudadanos franceses.

¿Qué nos está pasando?


No quiero confundir a nadie: soy partidario de la existencia de algún tipo de control migratorio. No soy liberal, creo en las externalidades, y la inmigración las tiene. Un país que pretende dar a todos sus ciudadanos las mismas prestaciones públicas se ve condicionado por la productividad de dichos habitantes (a más productividad mayor margen de prestaciones, claro) y, sobretodo, la presencia de defensores de un tipo de sociedad diferente a aquel con el que tú comulgas implica, para bien o para mal, unas consecuencias sobre ti en un contexto democrático.

No obstante, nada de esto quita que la migración sea el fenómeno que muchas personas escogen en libertad. Migración es eficiencia a nivel individual. Y los inmigrantes son personas que han nacido en un contexto diferente al nuestro, a las que dejamos fuera con suma facilidad al decidir en el marco colectivo.

¡Y es que ser ricos es comodísimo! Y para muestra solo hay que mirar al concepto de migración que quiere establecer la tan encumbrada Alemania: ‘En esta región se acoge exclusivamente a quien venga con contrato de trabajo, y aquellos que no escojamos se tienen que volver a casa’. De esta forma, su riqueza solo atrae migración productiva (que se va de sus países, como está pasando en España, provocando externalidades negativas opuestas a las expuestas antes) y a la improductiva se la deja en casa, como si en vez de personas fuésemos bienes y se nos comprase en función de un análisis coste-beneficio. De seguir en esta dirección, los países más pobres se darán cuenta de que una parte importante de su inversión en educación se termina destinando a crear productividad alemana, y o bien descuidarán la misma o cerrarán sus fronteras al más puro estilo de la -por algo- exitosa China. Y aunque no lo hagan, que el gasto en inversión educativa de un país pobre vaya a parar a un país rico es algo que directamente no tiene nombre.

No. El modelo a aspirar es aquel en que una persona emigre por circunstancias acontecidas después de su nacimiento (papá, me gusta la biología y en África tengo un campo de trabajo más interesante’ o ‘mamá, me he enamorado de una danesa, y no soy precisamente de los que optan por una relación a distancia’) y no antes. Mientras la riqueza esté tan catastróficamente repartida que por el mero hecho de nacer en un lugar en vez de otro seamos ‘ricos’ o muramos de hambre, tenemos una responsabilidad para con las sociedades de peor suerte sobre la cual se ha de participar mano a mano, y las limitaciones migratorias, de la misma manera que las comerciales, deben tomarse, sí, pero con sumo respeto y cuidado. Y con justicia.

Después nos extrañamos al criticar a países en desarrollo que coartan las libertades y que encuentran argumentos para deslegitimarnos. Mientras una persona sea una persona, las políticas que le afecten han de considerar su bienestar. Lo demás, es simplemente inhumano.



1 comentario:

  1. Desde luego, estamos viviendo en un mundo incompleto, y eso genera sus distorsiones. Con incompleto no me refiero a "malo".
    La mejor muestra la tenemos con la Unión Europea. Podríamos no haberla montado, o podemos hacerla más eficiente, pero está claro que así no funciona puesto que no es una AMO.
    Los flujos migratorios son a menudo obviados, tanto en sus causas, como en sus efectos y consecuencias. Incluso hace poco Wert, nuestro magnifico ministro de educación y cultura decía que no estaba mal que se nos fueran los trabajadores. Y es cierto, no sería malo, si fuera por las razones que al final señalas.
    Y es que un mundo tan globalizado como este, no tener en cuenta que una política que machaque al trabajador puede hacer que este se vaya a otro país es bastante perjudicial a medio plazo. No estamos ahí de momento. En España se está magnificando mucho el “efecto Alemania”, pero lo que sí es cierto es que cada vez es más factible y viable que las personas utilicen su libertad con más libertad (si se me entiende;)), y en el futuro, igual que una empresa debe hacerse atractiva para sus accionistas, los países deberán hacerse atractivos para sus trabajadores. O quizás solo sea una utopía más de las que tengo en la cabeza.

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