12 abr 2012

El paradigma de la información


Durante más de 100 años, en la modelización formal de la ciencia económica se había confiado en que las economías donde la información no fuese demasiado imperfecta se parecerían mucho a aquellas donde la información fuese perfecta. La hipótesis de información perfecta significa que todos los individuos: i) tienen un conocimiento exacto del valor que tienen todas las variables relevantes que inciden en la toma de sus decisiones; ii) son capaces de procesar información sin cometer errores de forma sistemática; iii) obtienen la información sin coste alguno; y iv) tienen la certeza de que el resto de agentes adoptan el mismo comportamiento ante cualquier acontecimiento externo, esto es, la información está simétricamente  distribuida.
El modelo de equilibrio general de Arrow-Debreu estableció un conjunto único de supuestos bajo los cuales los mercados son eficientes. Uno de los supuestos es que tiene que existir información perfecta, o dicho de una forma más precisa, la información debe ser exógena, esto es, no puede cambiar como resultado de las acciones de los agentes o como consecuencia de inversiones en información. Al suponer que en estas economías competitivas la información es perfecta, toda la información relevante es transmitida a través de los precios y las distorsiones, si tienen lugar, tendrán una incidencia temporal e irrelevante. Sin embargo, en la realidad, esta hipótesis no se cumple ya que en la mayoría de las transacciones la cantidad y calidad de la información de la que disponen los agentes difiere de unos a otros y, por lo tanto, los precios no transmiten toda la información relevante.
Los supuestos establecidos en el modelo de equilibrio general afectan de manera más que significativa a las conclusiones de la versión clásica de la economía del bienestar, es decir, la fundamentada en los dos teoremas de equivalencia, a lo que Stiglitz (1994) se refiere como el “paradigma neoclásico” y lo enfrenta a una versión alternativa que designa como “paradigma de la información”. Bajo este paradigma, se ha demostrado que a diferencia de lo que establece la visión clásica, los mercados raras veces son eficientes en sentido de Pareto, incluso teniendo en cuenta los costes de obtener la información.
Uno de los principales resultados derivados del trabajo de G.Arkelof, M.Spence y J. Stiglitz, por el cual ganaron el Premio Nobel en 2001, muestra que pequeños problemas informativos pueden provocar intensos efectos sobre la naturaleza del equilibrio competitivo. Para Stiglitz, la razón más importante por la cual mercados con información imperfecta difieren tanto de aquellos en los que la información es completa  radica en que el propio hecho de realizar acciones e inclusive de tomar decisiones son actividades que contienen información. Los participantes en el mercado saben que eso es así y responden en consecuencia (Prize Lecture, 485). Un ejemplo son las garantías que ofrecen muchas compañías sobre sus productos para transmitir información sobre la calidad y la confianza que tienen sobre ellos.

Stiglitz considera que la existencia de problemas informacionales es natural e inevitable y reside en el simple hecho de que personas diferentes saben cosas diferentes (Prize Lecture, 490). Por ejemplo, un individuo que va a vender un vehículo de segunda mano sabe más sobre el estado de dicho vehículo que quién lo va a adquirir. Sin embargo, los agentes no están condenados a permanecer en situaciones desventajosas por falta de información. Hay incentivos y mecanismos para adquirir información y el más potente de ellos es la educación, que por sí mismo es un proceso de la adquisición de información y su traducción en conocimiento; otro poderoso mecanismo son las instituciones, que repercuten positivamente sobre el suministro de información y  la reducción de los costes de obtenerla.

Estos elementos muchas veces son complementarios a los mercados, que no siempre proveen incentivos para adquirir información o generar equilibrio. Si bien quizás no es extraño que los mercados no tuviesen capacidad para proporcionar unos incentivos apropiados para la obtención y difusión de la información, existe la posibilidad de que los fallos del mercado asociados con la información imperfecta sean mucho más profundos. Además, hay un importante problema a la hora de corregir los fallos de mercado, y es que sólo existe una forma de mercados perfectos y, por el contrario, una infinidad de imperfecciones que generan fallos que provocan que las asignaciones no sean eficientes.
De esta forma, a pesar de que los teoremas fundamentales de la economía del bienestar ―bajo ciertos supuestos― afirman que las economías competitivas conducirán, como si por medio de una mano invisible se tratase, a asignaciones eficientes en sentido de Pareto, y que cada asignación eficiente puede obtenerse a través del mercado siempre y cuando se realicen las redistribuciones adecuadas, la economía de la información ha demostrado que ninguno de estos dos teoremas era lo suficientemente relevante en las economías reales.
Por tanto, la información debe tenerse muy presente a la hora de modelizar la economía, ya que es un elemento decisivo en la toma de decisiones por parte de los agentes y condiciona las asignaciones que se alcancen a través del mercado.

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